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Foto del escritorAlejandro Blanco

¿Vivimos en el período más pacífico y seguro de la historia de la humanidad?



¿Por qué quieren convencernos de que el mundo es cada vez más violento?, es el título de una columna de opinión recientemente publicada en El Espectador por Julián de Zubiría en la que se halla un planteamiento inquietante.


Haciendo eco del trabajo investigativo del famoso académico y escritor Steven Pinker, en el que se da a conocer estadísticas sobre el declive de la violencia en la actualidad, Zubiría insiste en que “vivimos en el período más pacífico y seguro de la historia humana”.


No obstante, las recientes declaraciones de Vladímir Putin durante la invasión a Ucrania —y las escaramuzas de los mandatarios de Corea del Norte y China, sin contar lo que no dice Estados Unidos y la OTAN—, dejan clara la posibilidad siempre latente de un apocalipsis nuclear a lado y lado del Atlántico.


Lo anterior hace que el optimismo de los autores ya mencionados penda de un hilo. Solo se requiere de una pequeña indiscreción, de un mal cálculo, para que se rompa el hilo y los resultados hagan parecer a la primera y segunda guerra mundial un juego de niños.


Pero la cosa no termina ahí, la era de la destrucción masiva no se restringe exclusivamente a pulsar el botón rojo, también tiene que ver con la violencia a gran escala que venimos ejecutando de tiempo atrás contra lo no humano. Una matanza que pasa desapercibida para muchos seudointelectuales.


Hemos aniquilado muchos suelos, ríos, humedales, montañas, valles, bosques, mares, lagos y otros ecosistemas en los que pululaba la vida. Las técnicas empleadas han sido diligentemente perfeccionadas gracias a todos los saberes científicos: bombardeos, envenenamiento, estrangulación, descuartizamiento, incineración, entre otros.


Así hemos logrado transformar eso que los industriales llaman “recursos naturales” —léase agua, suelo, árboles, animales, minerales, etc.— en materias primas, que extraemos a velocidades alarmantes, para producir mercancías efímeras, que luego se convierten en basura, que posteriormente lanzamos al vertedero, que es en lo que hemos convertido al planeta.


Hacer todo lo anterior demanda ingentes cantidades de energía, que extraemos de la quema de hidrocarburos y bosques, los cuales, a su vez, generan gases que incrementan la temperatura del planeta, lo que complica aún más la situación y aumenta la destrucción.


La aniquilación de la biodiversidad ha sido sistemática y ha conllevado la desaparición de un gran número de bacterias, hongos, plantas, mamíferos, aves, reptiles, anfibios, peces, invertebrados; que es lo que algunos llaman la “sexta extinción masiva”.


Así las cosas, podría decirse que vivimos en el período más violento e inseguro, no solo de la historia de la humanidad, sino de la historia de la Tierra. Y que los causantes de todo este desastre somos nosotros, los homo sapiens —irónicamente, ”hombre sabio” en Latín—.


Todos, en mayor o menor grado, estamos implicados en esta debacle, ya que hacemos parte de una organización social basada en la acumulación de capital y en el crecimiento ilimitado de las economías, que es justamente el meollo del asunto.


Infortunadamente, para mantener a flote el estilo de vida que hemos creado y nuestro esquema de subsistencia, le apostamos todo al triunfo del capitalismo.


Es cierto, esto es algo que no elegimos conscientemente, solo nacimos y crecimos dentro de un sistema económico que ya se venía consolidando desde siglos atrás.


No obstante, eso no significa que no podamos explorar otras maneras menos violentas de estar en el mundo y de relacionarnos con los otros, incluidos los no humanos; y otras formas de producción y consumo alternativas, que escapen de las lógicas industriales de explotación extrema.


Tal vez por ahora no logremos zafarnos por completo del viejo esquema, pero sí avanzar en otra dirección. Algunos creen que esta nueva realidad ya se está cocinando desde abajo, gracias a las prácticas cotidianas de multitudes de personas alrededor de todo el mundo.


Muchos creen que si logramos escapar al colapso de todo, tal vez podamos dar forma a una nueva civilización, una con otra forma de conocer, ser y actuar. A esta nueva imagen del futuro la denominan de diferentes maneras: postcapitalismo, postextractivismo, postdesarrollismo, etc.


En Casa el Ocobo estamos transitando hacia ese nuevo horizonte. Tratamos de ser más dependientes del ecosistema circundante para satisfacer parte de algunas de nuestras necesidades básicas de agua, comida, educación y comunidad.


Por esta razón, estamos trabajando en recolección de agua lluvia, regeneración del suelo, cultivos orgánicos, compostaje, educación en casa, entre otros temas. Si te interesa aprender más sobre nuestro proceso de transición, te invitamos a hacer clic aquí.


Dos preguntas quedan abiertas para tratar en próximas publicaciones en nuestro blog: ¿Por qué la violencia contra lo no humano no es percibida como violencia? ¿Por qué la historia humana se entiende como un fenómeno aparte de todo lo demás?

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