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Foto del escritorAlejandro Blanco

El fin del mundo (como lo conocíamos)

Actualizado: 30 oct 2023


Foto de @redcharli en Unsplash

El último año y medio en el campo ha sido lo opuesto a la idea apacible de habitar en medio de árboles, con el canto de las aves revoloteando entre los oídos y la brisa fresca que acaricia la montaña.


De un tiempo para acá, la Tierra ha venido expresándose con furia, a través de la intensificación de algunos flujos que han llegado a ser incontrolables. Algo muy difícil de ignorar.


Unas veces el superorganismo planetario despliega un viento potente, capaz de voltear multitud de mohos (Cordia alliodora) de un solo soplo. Gigantes de entre 15 y 20 metros de altura, caen como si se tratara de flacos palillos de dientes a medio clavar en el suelo.


Ese fue el caso de lo acaecido en la finca del vecino de la mamá de don António Torres. Este último nos trajo la noticia, acompañada de imágenes en su celular; cuya veracidad me tomé el trabajo de corroborar personalmente, días después.


Don Antonio es una persona a quien mi familia y yo apreciamos, a pesar de su inusual habilidad de talar árboles. Para lo que conjuga de manera insólita (evito usar la palabra “artística” por tratarse de lo que se trata) machete, cuerdas, motosierra y malacate.


Tal sería el impacto visual de hallar un conjunto de árboles caídos, apilados unos sobre otros, como si de un juego de palitos chinos se tratase, que un hombre como don Antonio, con años de andar mochando cauchos, vainillos, quiebrajachos y quién sabe cuántos más, terminó horrorizado.


En otras oportunidades, no se trata de violentas corrientes de aire, sino de un flujo líquido: la lluvia calculada para uno o dos meses se desata en una o dos horas. Entonces las quebradas bramaban y se desbordaban con bravura, llevándose todo por delante.


En nuestra área, los desbordamientos acabaron con varios puentes, y el acueducto veredal. También destruyeron casas y terrenos enteros por deslizamientos, debido a la acción de las lluvias sobre un suelo erosionado y deforestado.


Luego de una breve tregua, como una fiera dispuesta a prensar el cuello de su presa, el verano extremo se lanza encima nuestro.


Las vaporosas nubes se alejaron, las quebradas se secaron y la sequía arremetió con todo. Aunque el efecto de la sequía no es de acción rápida, como el del viento, la lluvia o el trueno, su letalidad es la misma.


La falta prolongada de agua, sumada a las altas temperaturas, equivalen a una muerte masiva en cámara lenta. Una especie de estrangulamiento que nos va debilitando hasta el desvanecimiento.


Progresivamente, con el paso de las semanas y luego de los meses, lo que antes era un paisaje de vibrantes tonalidades de verde, se va tornando una paleta de tonos marrones.


Aunque el entorno sigue siendo bello, es fácil percibir que muchas plantas van muriendo por falta de hidratación. Se observan parches amarillo quemado en una colcha de retazos cada vez más terracota.


En la misma medida, se va evidenciando el sufrimiento animal. En terrenos con el pasto quemado el ganado adelgaza, mientras el resto de animales jadean bajo cualquier sombra donde puedan guarecerse.


Ya no se escucha la tropelía de aves pintadas de azul, rojo, amarillo, y de todos los demás colores, sobre el racimo de bananos que cuelga en el cobertizo. Me pregunto con pesar si los pájaros habrán logrado escapar a otro sitio antes de morir de sed.


Y así vamos, de tumbo en tumbo, pasando de invierno extremo a verano extremo, y vuelta al inicio.


Más allá de la vereda


No es que tengamos una mala racha, es que el clima del mundo en el que vivimos no es el mismo de nuestros abuelos, nuestros padres, ni tan siquiera el nuestro, hace cinco años atrás.


Situaciones muy similares se repiten en diferentes lugares del globo. Sin embargo, aunque algunas noticias atraen más la atención de la prensa por su mayor grado de espectacularidad, hay muchísimas que pasan desapercibidas, como la nuestra.


Lo invito a revisar algunos titulares de prensa que han aparecido en los medios durante el último (no año, ni semestre) mes y medio:


21/08/2023, The New York Times: No se suponía que Uruguay se quedara sin agua.







Obviamente, las catástrofes naturales han existido desde el principio de los tiempos. La diferencia con la situación que tenemos ahora, es su alta recurrencia y simultaneidad a lo largo y ancho del planeta. Es el hecho de que esta es nuestra “nueva normalidad”.

El mundo ya no es lo que solía ser. Aún así, parece que no nos hemos dado por enterados de la verdadera magnitud del problema que tenemos frente a nuestras narices. No está en en el top ten de nuestra preocupaciones inmediatas, ni tampoco figura en nuestras conversaciones.


Para poner un ejemplo, ayer participé en una reunión social en la que se habló (como es habitual cuando uno se reúne con personas con las que uno no se ve muy a menudo) de todos los problemas que nos unen a pesar de la distancia.


Despotricamos durante horas acerca de la situación del país (la salud, la inseguridad, el proselitismo político con recursos públicos, el narcotráfico, de los diálogos de paz, etc, etc, etc.), de los nuevos modelos de crianza, el servicio militar para nuestros hijos, entre otros.


Nunca apareció el asunto del cambio climático, a pesar del calor infernal que hemos tenido que soportar en las últimas semanas.


No estamos preparados para lo que viene


Justamente, en el punto de máxima tensión, cuando algunos ya no tienen agua ni para cepillarse los dientes, los ánimos de la comunidad en la que hemos convivido durante algo más de cuatro años empiezan a caldearse.


De repente, surgen rumores que inculpan a uno y a otro por la escasez del líquido fundamental: que mala administración, que el contrabando de agua, que la corrupción, que el derroche…


Entonces, la comunidad se resquebraja aún más, se derrumba en medio de la escasez.


La competencia por los pocos recursos con otras comunidades vecinas empieza a dar paso al juego sucio. Lo que no ocurre sólo a pequeña escala.


Algo similar viene sucediendo entre Irán y Afganistán por los derechos de éste último sobre el río Helmand. Los iraquíes acusan a sus vecinos de represar el agua río arriba. Los afganos lo niegan. Ya ha habido muertos en la frontera.



Volviendo a nuestra vereda, los más acaudalados, simplemente, vuelan como golondrinas a sus casas en la gran ciudad o en cualquier otro sitio de descanso. Sin saber que sólo es cuestión de tiempo para que los efectos de las disrupciones del superorganismo se irradien a todo el sistema social, político y económico.


El resto (que es la mayoría), sin escapatoria, se queda arañando las rocas, mientras disocian en medio de la amargura y la tristeza.


El reservorio de agua, un proyecto iniciado en 2019 por la CAR (una institución regional del Estado Colombiano), que habría podido solventar esta y previas penurias, gracias a una capacidad de almacenamiento cercana a los 10 millones de litros de agua, no logró entrar en funcionamiento, luego de años y años de intentos fallidos.


Hace poco subimos con un grupo de amigos a visitar el proyecto. Tomamos algunas fotos e hicimos videos.



Banco Municipal de Agua (BAMA) inservible en Silvania, Cundinamarca

Arriba en la montaña, llena de filtraciones invisibles, quedó en abandono esa gran piscina sin agua, una especie de bote salvavidas lleno de huecos, que solo servirá como recordatorio de la incompetencia de los estados para librarnos del abismo del cambio climático.


Por su parte, el presidente del acueducto veredal, sin poder hacer que lloviera y acosado por la avalancha de reclamos de gente enardecida, solicitó por escrito, con carácter de urgencia, un carro tanque con agua a la Alcaldía municipal.


El líquido llegó en víspera de las elecciones de alcalde y concejales. Lo traía uno de los candidatos en un camión viejo y cansado, que por poco no logra subir el último tramo de montaña debido al peso que llevaba encima. Fue necesario dejar parte del líquido en el camino para aliviar la carga.


Entre tanto, las tinas (de 200 litros) y los jacuzzis (de 500 litros) de los glampings de la zona se llenan y se vacían al ritmo de las reservas hechas por parejas urgidas, que escapan de la ciudad para pasar una noche romántica en medio del agua, mientras contemplan el paisaje.


Los dueños de las máquinas de hacer dinero luchan porque estas no se detengan, a pesar de las circunstancias.


Aunque menos glamurosas, las marraneras, galpones, piscícolas y monocultivos de la vereda también están en apuros. Se esfuerzan por chupar tanta agua como les sea posible para salvar la producción, pero antes tendrán que disputársela con otros actores locales.


Muchas cosechas se han perdido y multitud de animales han enfermado y muerto.


La cantidad de comida disponible para abastecer a la ciudad ya no es la misma, está a la baja. Aún así, algunos de quienes viven sobre el asfalto continúan con sus vidas como si nada estuviera pasando, ignorando el delgado hilo del que pende su subsistencia.


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