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Foto del escritorAlejandro Blanco

Dos escarabajos gema y el (re)descubrimiento de otro mundo (II)

Actualizado: 30 jun


Foto de Péter Szabó en Unsplash

Sospecho que el principal asunto subyacente en "la historia de la pareja de escarabajos" (la primera parte de este post) tiene que ver con la forma en la que hemos sido (y estamos siendo) educados para conocer y relacionarnos con el planeta.


Si es acertado decir que asistimos al final del mundo (como lo conocíamos), tal vez ese final guarde relación con las formas particulares que hemos adoptado para percibir nuestro entorno natural.


Esto proveería una explicación distinta a la depredación y deterioro medioambiental que experimentamos en la actualidad, con las correspondientes consecuencias ya conocidas: cambio climático, pérdida de biodiversidad, desertificación, contaminación, etc.


En efecto, podría decirse que lo que nos arrastra al precipicio es, sobre todo, nuestra forma particular de concebir el mundo. Lo que “heredamos”, a sangre y fuego, de los colonizadores europeos que llegaron a estas (y otras) latitudes, desde el siglo XV.


Cristóbal Colón no descubrió un Nuevo Mundo, sino el mundo que ya llevaba milenios existiendo, mucho antes de que esa entidad geográfica y cultural, diferenciada del resto del mundo, que llegaría a conocerse como Europa apareciera.


En ese “Nuevo Mundo” había una gran diversidad de interpretaciones o lecturas de lo que era el planeta. Eran otras miradas y formas de conocer, desarrolladas con el tiempo gracias a la interacción profunda entre los pueblos indígenas y su entorno natural.


Esos "salvajes" guardaban sus propias sensibilidades y su comunión íntima con el sol, con el viento, con el agua, con las plantas y con los animales, con la Tierra. ¿Qué queda de eso? ¿Dónde está la intimidad que le permitía a esos pueblos ser uno con el todo? El 90% desapareció luego de la llegada de Colón.


Para nosotros (los modernos, los eurocéntricos, los occidentales), ese tipo de intimidad no es tan fácil de alcanzar. La distinción que hacemos entre lo humano y lo no humano constituye una barrera difícil de sortear.


Es justamente aquella división, esa dualidad, la que no queremos abandonar, ya que nos permite ejercer control y dominación sobre lo natural, domesticar lo indómito, crear museos con animales disecados, extraer petróleo, explotar la montaña, secar los ríos, convertir todo en basura.


A pesar de esto, otros caminos para el (re)descubrimiento del mundo son posibles. La clave podría estar en la exploración de "nuevas" maneras de ser y conocer, más permeadas por la emoción, que por la razón, o por una mezcla de las dos, si se quiere.


En últimas, de lo que se trata es de alterar nuestra conciencia, de redescubrir el mundo a través de la emoción, de dar espacio al asombro, de acercarnos a las miradas del planeta que tienen otros pueblos que habitan entornos no tan civilizados.


Lecturas complementarias


De lo que se trata, en últimas, es de crear vínculos de intimidad con otros seres: escarabajos, árboles de guayaba, gallinas, rocas, bosques, ríos y demás. Y descubrir la interioridad de estos seres, crear afectividades, parentescos, dependencias, una “relacionalidad fuerte o radical”, en palabras del antropólogo Arturo Escobar.


Otros ya han avanzado bellamente por el camino de lo podría llamarse una poética planetaria, como es el caso de Oliverio Girondo, en su Comunión Plenaria:


"Los nervios se me adhieren

al barro, a las paredes,

abrazan los ramajes,

penetran en la tierra,

se esparcen por el aire,

hasta alcanzar el cielo.


El mármol, los caballos

tienen mis propias venas.

Cualquier dolor lastima

mi carne, mi esqueleto.

¡Las veces que me he muerto

al ver matar un toro!..."


Y Tomás González, cuando cuenta la historia de la piedra que su hermana y él llevaron a su finca, desde Cajicá:


"La compramos en una cantera, la trajimos en su jeep, y produjo, al bajarla, un sonido profundo en el asfalto. De haberle dejado cerca un pie lo habría destrozado.

Abrimos la puerta del jardín,

la empujamos por el camino de ladrillos,

dejamos atrás la bugambilia, pasamos por el roble y,

antes de llegar a los cartuchos florecidos

—que en otras partes llaman «alcatraces»—

la desviamos a la izquierda, por la fuerza.

La rodamos otras dos veces, tres, se resistía,

hasta que dejó de resistirse y se asentó en la tierra.

Y ahí está, al lado del naranjo y frente al sauce,

compartiendo su realidad con el pasto y las torcazas.

No tanto indiferente como impávida,

no tanto palpitante como intensa.

Siempre allí dondequiera que esté.

Viva y perpetua."


Nuevas formas de hacer y pensar están siendo sacadas a la luz por algunos biólogos: toma de decisiones, creatividad, inteligencia y agendas propias en la interioridad de microorganismos, células y otros seres que antes se creían incapaces. De eso se trata el trabajo de Michael Levin, quien ha llevado a cabo interesantes investigaciones en el laboratorio.


Aunque no es fácil, es bueno terminar este tipo de escritos con una frase que tenga la capacidad de sintetizar y dejarnos reflexionando en torno a la sustancia de lo leído, que para este caso fueron las formas de conocer y nuestra relación con el mundo. Así que dejo por acá una cita de Úrsula Le Guin: “Science describes accurately from outside, poetry describes accurately from inside” (La ciencia describe con precisión desde fuera, la poesía describe con precisión desde dentro).

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