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Foto del escritorAlejandro Blanco

Dos escarabajos gema y el (re)descubrimiento de otro mundo (I)

Actualizado: 30 jun


Foto de Péter Szabó en Unsplash

Un domingo, tiempo atrás, recibimos la visita de una excompañera de colegio de Violeta, nuestra hija. Ellas se conocieron cuando vivíamos en la ciudad, por lo que llevaban años sin verse.


La amiga de Violeta venía acompañada de su madre y de su hermana menor, con quienes pasamos un día agradable. Los adultos conversamos de cosas de adultos, mientras las chicas iban de un lugar para otro, haciendo no sé exactamente qué.


La noche nos arropó luego de que las visitantes se marcharan. Entonces, nos reunimos en familia para cenar. Todos departíamos como de costumbre, menos Violeta, quien parecía algo apagada.


Después de un rato, nos contó horrorizada sobre la tarea de biología de su amiga. Consistía en llevar dos insectos muertos con el propósito de sumarlos a los de los demás alumnos para, entre todos, conformar un insectario, un museo de cadáveres empalados con alfileres.


Aunque siempre manifestó una gran conexión con los animales, desde que nos mudamos al campo Violeta radicalizó su respeto por la vida. Poco importaba que fuera la de un zancudo, una cucaracha, una mosca, una pulga, o cualquier otro bicho indeseable para los demás.


El otro día, para sorpresa de todos, descubrí una garrapata adherida al cuerpo de mi esposa. El parásito se hallaba felizmente alojado en su “corva” (la parte opuesta a la rodilla) derecha; un lugar ideal para mantenerse atrincherada mientras engordaba discretamente.


Inmediatamente, Violeta se hizo sentir para que indultáramos a la chupasangre. “¡Tirenla por ahí!, en cualquier lugar”, dijo con tono perentorio. Lastimosamente para mi hija y para la garrapata, yo actué en contra de los deseos tanto de la una como de la otra.


Retomando el hilo, ese domingo había llovido, por lo que todo estaba mojado afuera. En un momento determinado, cuando la lluvia amainó, Violeta y su amiga salieron de casa. A unos cuantos pasos, encontraron una pareja de escarabajos.


No eran cualquier tipo de escarabajos, sino unos hermosísimos, conocidos como “escarabajos gema”. De esos que parecen estar recién salidos del taller de pintura; con un color verde tornasolado, tan pulimentado que los destellos de luz sacuden la vista.


Aunque es rarísimo toparse con uno, yo encontré varios, semanas después, pero fotografiados en una revista que encontré casualmente en la pizzería del pueblo, a la que entré huyendo de la lluvia. Conté más sobre esta experiencia en otro post.


Al ver la pareja de escarabajos, la amiga de Violeta los atrapó asqueada. Luego, los custodió hasta depositarlos a mal recaudo en las manos de su madre. Quien ya preparada para la ocasión, los introdujo en un envase de vidrio, de esos usados para las compotas.


Posteriormente, la madre sacó de su bolso un quita esmalte, del que vertió parte de su contenido, de olor fuerte y penetrante, dentro de la cárcel de cristal, que para ese momento ya se había convertido en una cámara de gases en la que yacían aturdidos los insectos.


No hubo esbozo de remordimiento alguno entre los humanos que asistían al espectáculo. Salvo por Violeta, quién sufría en silencio, sin saber cómo reaccionar ante la inesperada situación.


Según mi hija, antes de ser capturados, la pareja de escarabajos retozaba en un charco. El cuerpo de uno; presumiblemente la hembra, yacía sobre sus seis patas en el suelo; mientras que el otro, presumiblemente el macho, remontaba la parte trasera de su congénere.


Una interpretación y algunos interrogantes


De acuerdo a la descripción, es posible que los escarabajos estuvieran apareándose. No obstante, lo más llamativo de aquel cuadro es aquello que ojo humano no pudo ver: lo que sucedía bajo las rígidas armaduras del par de insectos, lo vivido en las profundidades de su ser.


Me pregunto, ¿cuál habrá sido la fuerza que los movió a ayuntarse?, ¿quizás el deseo?, ¿habrán experimentado placer durante la cópula, como les pasa a los sapiens? De ser así, estaríamos hablando de vida íntima en los insectos. Lo que no es una cuestión menor.


El problema es que este tipo de experiencias emocionales, fundamentales para la comprensión de la vida, han sido tradicionalmente soslayadas por la biología. Bajo el argumento de que hablar de sensibilidades “en cuerpo ajeno” es pura especulación.


La ciencia prefiere tratar con otro tipo de aspectos más tangibles, medibles, objetivables. Cosas susceptibles al control de la observación directa. Lo que hace parte del método científico, que es la base del conocimiento moderno.


Otras formas de conocimiento que no apelan a la lógica o a la racionalidad para entender el mundo son vistas con reserva por considerarse poco confiables. Lo que se asocia al pensamiento mágico, que atribuye a otros seres cualidades reservadas sólo a los humanos.


Aún así, el mundo sigue expresando sensibilidades por doquier: mamíferos, aves, peces, anfibios, insectos, árboles, hongos, microorganismos, células; todo junto, ensamblado en un superorganismo planetario con potencia de actuar, da cuenta de esto.


Francamente, luego de más de dos siglos desde el nacimiento de la ciencia que estudia los organismos, debemos reconocer que sabemos muy poco de aquello que es crucial para la vida misma, la noción de "el emocionar".


Lea la segunda parte de este texto acá.

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