Ese árbol de guayaba,
que nació junto a la casa sin pedir permiso,
cogió la columna de descansadero.
Aparenta ser un borracho de vereda
que está medio dormido de la perra.
Se balancea suavemente de un lado a otro.
De manera inadvertida,
al sentirse solo,
va estirando los brazos poquito a poquito
hasta tocar el gran ventanal
con la punta de sus hojas.
Todo es parte de su silente estrategia
para entrar y tomar posesión del lugar.
Cuando lo consiga,
tirará la mesa por el balcón
y dará de comer a quién esté dentro.
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